miércoles, 19 de agosto de 2015

Momentos, montones y montones de momentos.

Nuestra vida se basa en momentos, en montones y montones de momentos. Algunos son tan minúsculos que se nos escapan entre los dedos de las manos al cogerlos, pero cuando queremos recordarlos ahí están los mejores. Y da la casualidad que la mayoría de ellos son con otras personas. ¡Para! dedícate un segundo a pensar en ellos, ¿cuántos has contado en los que te encuentres solo? Es cierto que muchos disfrutamos simplemente leyendo un buen libro o escuchando las pisadas sobre las hojas mojadas cuando practicamos el tan famoso running, pero, ¿cuántos detalles precisos de esos recuerdas? De los mejores momentos, recordamos el olor de aquellas flores cercanas, la suave brisa que nos movía el pelo, o la carcajada de tu amigo que os asustó a todos. Y esos instantes compartidos con aquellas personas merece la pena la sonrisa que todos nosotros tenemos ahora recordando alguno de ellos. Sin embargo, los humanos somos estúpidos. Nos creemos perfectos, pensamos que nunca hemos hecho daño a nadie, y que hemos sufrido más que ninguna otra persona. Y por eso, cosas como enfados estúpidos o la malvada distancia, hace que dejemos de vivir momentos con alguna gente que en algún instante nos han hecho sonreír, pero, ¿porqué? Si fuiste capaz de captar cada aroma, cada detalle de esa situación con esa persona, porqué no eres capaz de coger el teléfono y llamar para saber que cómo está. Si en algún momento de tu vida era importante, merece la pena intentarlo una y otra vez, porque somos humanos, y seguro que nosotros también somos aquella persona que hizo daño a alguien, o que se distanció sin saber porqué. Levantad el teléfono, recordad, y si mereció la pena, seguro que aún os faltan muchos montones de momentos que pasar juntos. Que el orgullo humano no pueda con nuestra fantasía. Cuando eres pequeño tienes montones de amigos con quien vivir montones de momentos. Los adultos te dicen que cuando seas mayor tendrás amigos que se cuenten con los dedos de las manos. Y es verdad. Pero, porque no sabemos perdonar, y no sabemos luchar contra las barreras. Nos conformamos con algo que desde niños nos enseñan. ¡NO! Madurar no es perder a la gente. Madurar es darse cuenta que por muchos errores que otros cometan, tú estarás ahí, porqué tu también fallarás. Y sí la distancia se interpone, las tecnologías nos ponen la excusa perfecta para seguir en contacto con tus amigos de la guardería.

Entre todos las situaciones que he vivido, y a ellos va dedicado, quiero destacar aquellos que he vivido en los campamentos. Porque durante algún mes, pasas montones de momentos con personas que a veces ni conoces. Y te sacan muchas sonrisas.Tantas que un mes más tarde, eres capaz de acordarte de aquel niño que no dejaba de preguntar, de aquella niña a la que cogiste tanto cariño, o de aquel monitor que intentaba sacarte mal en las fotos. Y si durante algunos días fueron tu familia, ¿porqué la rutina  tiene que hacer llegar el olvido?
Yo en este sentido, he tenido mucha suerte. Pero, os invito a todos, a que estés donde estés, dediquéis este momento a pensar en otros, y si os falta alguien, recuperar lo.